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Entradas de la A a la Z

Tras cinco años de un relativo silencio, October Equus acaba de publicar su quinto álbum de estudio, “Presagios”. Un disco muy esperado, ya que su gestación comenzó en 2012 tras la publicación de “Saturnal” (Altrock,2011). La disolución de la amplia formación que grabó este gran trabajo hizo que sólo se registraran en su momento las […]

Es imposible para mí hacer una reseña objetiva sobre este disco, aunque en realidad, no suele ser mi objetivo principal cuando escribo. En este caso, como muchos de los que vais a leer este artículo ya sabéis, tuve el privilegio de asistir a las sesiones de grabación que han dado como resultado este último trabajo […]


Música Dispersa es uno de los proyectos más originales, vanguardistas, divertidos, libres y bellos que ha dado la música de nuestro pais. Su origen está en el Grup De Folk, banda formada por músicos catalanes cuyo sonido estaba influenciado por el folk americano, en contraposición con la Nova Cançó, que estaba representada por músicos más interesados en la canción francesa. En el Grup De Folk encontramos, entre muchos otros, a gente como Pau Riba, Sisa o Albert Batiste. Estos tres personajes, junto con Jose Manuel Brabo “Cachas”, editan en 1969 un EP de cuatro canciones bajo el nombre de “Miniaturas”, en el que cada uno componía un tema. Poco después se forma Música Dispersa, en el que Pau Riba no está, pero sí una joven llamada Selene. Así explica Sisa la formación del grupo a Alex Gomez Font, autor del libro “Zeleste i la Música Laietana” (Pagés Editors, 2009). El texto original está en catalán. Lo he traducido y he incluido los instrumentos que tocaba cada miembro.

Música Dispersa estaba formado por Albert Batiste (bajo, armónica, órgano, batería y voz), que venía del Grup De Folk y concretamente de “Els Tres Tambors”, yo (guitarra, swannie,percusión y voz), que había comenzado una carrera como cantautor, el “Cachas” (mandolina, guitarra, flauta y voz), que venía de Madrid, o mejor dicho, huyendo de Madrid y de todo lo que era la canción reivindicativa y de protesta, y Selene (piano, flauta, bongos y voz), que apareció como surgida de una nube. Era como un ángel, una muchacha con muchas inquietudes. Había estudiado piano, tocaba la flauta y era una hippy en el sentido más puro. La figura principal de Música Dispersa era el “Cachas”, el alma y el genio del grupo.Él llevaba una música originalísima en su interior, que no tenia ninguno de nosotros. Entorno a él nos agrupamos e hicimos un camino, el camino de la experimentación y del lenguaje no oral. Una de las características de Música Dispersa es que no había textos cantados. Lo que cantábamos eran sonidos, onomatopeyas, imitación de sonidos de animales y de instrumentos, pero nunca letras de canciones.”

En verano de 1970, el sello Diábolo edita el primer y único disco de la banda, contando con la colaboración de Josep Maria Vilaseca “Tapi” a la batería.

Tras unos cortos “diálogos” sin sentido, comienza “Hanillo-Cromo” (4’50), tema de aire folky, con una melodia vocal preciosa, acompañamiento de guitarra acústica y un bonito final de flauta que desemboca en un epílogo festivo. Seguimos con “Swani” (2’27), donde encontramos mucho cachondeo, con aires de ragtime y rhythm’ blues, con guitarra acústica y toques de silbato. Y llega una de las grandes maravillas del disco, “Gilda” (4’57). La melodia es bellísima, y la instrumentación exquisita, con piano, guitarra, percusión, armónica….¡Alucinante!. El toque étnico llega con “Rabel” (1’59), con mucha percusión, swannie (un instrumento de viento), y voces sin sentido.

La psicodelia también influenció bastante a Musica Dispersa, y lo notamos en temas como “Eco” (2’47) , pieza interpretada basicamente con guitarra y bajo, que da paso a otro de las canciones más bonitas del disco, “Cefalea” (4’53) con una base de órgano, bajo, percusión y armónica ,detalles de guitarra, y la voz haciendo la melodia. Aires americanos que nos llevan hasta “Arcano” (5’27), la única composición de Sisa del disco. Otro tema maravilloso con un ritmo pegadizo y una flauta preciosa, aderezada con la paranoica voz de Sisa. Con “Fluido” (5’34) vuelven las atmósferas psicodélicas, hipnóticas. Comienza con la suave voz de Selene y poco a poco entra la percusión, la guitarra…Un gran viaje, que va a más y mas y que recuerda por momentos a los Pink Floyd de Barrett. “Citara” (0’30), una coda extraña, marca el final de esta insólita obra, rompedora y repleta de sensibilidad. Musica para soñar y viajar sin salir de casa. Música dispersa en definitiva.

No quiero terminar este artículo sin reproducir una reseña que publicó la vanguardia en 2004, a raiz de la muerte de “Cachas”, y que me parece un fantástico final para el recorrido que hemos hecho de esta banda, que tuvo poco más de un año de existencia, y que se disolvio, entre otros motivos, por la incorporación a filas de su líder (motivo que en aquella época destrozó a muchos grupos).

Cachas y la Barcelona de 1970…..
LA VANGUARDIA – 21/10/2004
José Manuel Brabo, alma del grupo progresivo Música Dispersa, falleció el pasado sábado en Barcelona.
Afinales de los 60 aterrizó en Barcelona, procedente de Madrid, José Manuel Brabo, Cachas.Pese al uso de un alias -herencia de su juvenil entrega al atletismo-, Brabo no pertenecía al gremio de la delincuencia, sino al
creativo: en Barcelona se convertiría en alma y motor de Música Dispersa, grupo integrado también por Sisa, Albert Batiste y Selene. El único, experimental y homónimo disco (1970) de dicha formación es todavía hoy, pese a sus módicas ventas, la gran referencia de la música progresiva de la época.
¿Qué impulsó a Cachas a cambiar de ciudad? “En la capital -explicó él mismo, años atrás- yo formaba parte de Trágala, un grupo de canción protesta, junto a Hilario Camacho, Elisa Serna y José Luis Leal. Cuando me dejaban, cantaba unas canciones en las que, en lugar de letras, soltaba fonemas ininteligibles. La verdad es que no pegábamos ni con cola. Pero yo iba con Trágala porque no era fácil hallar un grupo para subir a un escenario. Y ellos iban conmigo porque mi hermana Pilar, que mandaba mucho en el PCE, me enchufaba”.
Cerrada aquella etapa, y convencido de que “en Barcelona había más ambientillo hippy”, Cachas se instaló en un piso de Ciutat Vella, compartido -las comunas del tardofranquismoe ran heterogéneas- con un ejecutivo de
Matesa en paro y un conductor de autobús. Allí le conoció Albert Batiste; allí escucharon discos de la Incredible String Band, los Stones, Dylan o Hendrix. Luego Batiste le presentó a Sisa. Y más tarde embarcaron a Selene, que había estudiado piano y flauta, y tocaba además los bongos (aunque “de modo más informal”, según Sisa). Todo pasó “naturalmente, sin planes”, dice Batiste. Quizás porque todos compartían el interés por un modo de vida alternativo.
La impresión que causó Cachas a sus nuevos amigos fue de aúpa. “A mí me pareció una mezcla de peregrino medieval y sabio de Oriente. De hecho, lo recuerdo de secundario en El retaule del flautista y también como lector del Tao. En lo musical, era un genio”, dice Sisa. “Tenía magnetismo, lucía melena pelirroja, era muy leído, se interesaba por el Zen, era divertido y discreto”, evoca Batiste. “Era un artista nato, con gran creatividad y afán innovador, y una bellísima persona”, apostilla Selene.
Quizás cueste entender, en tiempos de conjuntos diseñados en el departamento de marketing de las discográficas, que un grupo se formase con espontaneidad. Pero así fue. “Nos vimos, conectamos y empezamos a tocar juntos, sin saber por qué ni cómo. Teníamos muchas ideas, casi reventábamos, y las liberamos juntos”, dice Sisa. Y remata Batiste: “Cada uno mostraba sus retazos de composiciones (la mayoría era de Cachas) y, sobre eso, los demás añadían su aportación. Vivíamos a nuestro aire. Y la música seguía a la vida”.
Una vida que Sisa califica de “marginal” -”a los melenudos nos miraban mal; a mí no me dejaron entrar en Bocaccio hasta 1975″-, y que se desarrollaba en domicilios particulares y en locales como London Bar, La Enagua, Can Ninots, El Portalón, Jazz Colón, El Paraigües, L´Ascensor y, a última hora, y con riesgo de redada, en el Drugstore del Liceu. Corría el otoño de 1969 y había nacido Música Dispersa: un grupo que ofrecía
poéticas, hipnóticas y armónicas canciones sin letra -”queríamos superar la canción de texto, quizás como respuesta a la cançó”, afirma Batiste-, y donde las voces emitían sonidos abstractos, del murmullo a la onomatopeya, sobre arreglos acústicos (guitarra, mandolina, bajo, piano…, también flauta, bongos, etcétera). Música Dispersa perfiló su repertorio en directos -al primero, en Valencia, fueron en tren, con el instrumental a cuestas- y no grabó su mítico disco hasta el verano de 1970, con diez temas y una enorme ola en portada. “La dibujé inconscientemente -rememora Selene-, pero ahora sé que la ola es la imagen de lo fugaz, de lo que se deshace un instante después de hacerse”. Fue el caso de Música Dispersa. Grabado el disco, Cachas se fue a la mili y “la banda -señala Sisa-, hizo honor a su nombre y se dispersó”.
En la última reedición de Música Dispersa (Discmedi, 2004), Sisa resume así la historia del grupo: “Por azar o por destino / Cachas del Tao emergió / desde Adorno llegó Albert / de Dadá venía yo. / Selene, ángel caído / del paraíso, tal vez./ La del olvido / buscábamos sin querer / -aunque de haberlo querido / no la hubiéramos oído-. / En no querer la encontramos, / al hallarla la perdimos. / Inconexa, un espejismo, / quizá del sueño el
envés, / la vida es / y nosotros, un ruido.”
Cachas eligió luego una existencia retirada y se fue a Menorca. Allí ha vivido 30 años, cultivando los afectos personales, la vida junto a su mujer Montse Molí y su hija Joana, el contacto con los amigos. En su casa de Sant
Lluís, sentado en el jardín que mimaba a diario, Cachas se entregó a la lectura, a la poesía, al ensamblaje de textos integrados por citas ajenas y reflexiones propias, que redactaba con primorosa caligrafía y después
distribuía entre sus amigos.
Cachas ha vivido con la sonrisa siempre dispuesta, sin quejas, pese a la afección renal que le encadenó a la diálisis, minó su salud, pobló sus brazos de moretones y protuberancias, y sólo se atenuó, en parte, cuando se
sometió a un trasplante de riñón, que le cedió su hermano.
El pasado sábado, aquejado también de cáncer -y sólo dos días después de que muriera su hermano, el donante-, Cachas falleció en Barcelona. Contaba 56 años. Cruzó el umbral suavemente, rodeado de su familia y de los viejos amigos de una Barcelona en la que era posible creer, como creyó Cachas, que la vida es un tranquilo fluir, y que basta sumarse a ese fluir para participar en un proceso creativo.
Eran otros tiempos, claro. Pero el recuerdo de Cachas los mantendrá vivos.
LLàtzer Moix

Francisco Macias

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